Si el visitante tiene oportunidad debe pasarse por el convento y comprar pastas a las monjitas. No sólo por lo buenas que están si no porque cuando atraviesas la puertecita de entrada parece que retrocedes en el tiempo.
Entre sus altos muros no se escucha ningún ruido del exterior. Después de acceder por la puerta de entrada, pasas a un zaguán, un pequeño patio con una escalera, algunas plantas frondosas y una pequeña sala donde se encuentra un torno de madera maciza y muy bien cuidado. A través de él se hace el intercambio entre dulces y monedas, previa conversación a través de una ventana con celosía, de una voz cantarina que te informa de los dulces que tienen y te pregunta que se te ofrece. Cuando estás en su interior,sus muros te invitan al silencio y al recogimiento.
Historia
Este convento fue fundado por la novicia Beatriz Ramírez de Mendoza el 20 de septiembre de 1605, cuando el Cardenal de Toledo le concedió la licencia para la creación de un nuevo convento y con permiso del rey Felipe III. En nuevo emplazamiento estaría compuesto por monjas procedentes del convento de la Concepción Jerónima que comienza a funcionar con el hábito y la regla de San Agustín.
Según la leyenda, allá por 1667, unos niños jugaban cerca del emplazamiento del convento con un lienzo pintado que uno había conseguido de la carbonería de su padre. Dio la casualidad de que un religioso franciscano, José Canalejas, se fijó en el cuadro y descubrió que estaba pintado el rostro de María. Cogió entonces la obra y la depositó en el convento más cercano, el del Corpus Christi. Desde entonces la virgen de la imagen pasó a ser conocida como La carbonera y así se denominó a partir de entonces a sus monjas y al convento.
Ubicación: Plaza del Conde de Miranda
Horario de visita: 9.30 - 1 y de 16 a 18,30.
Tamara Criado Gómez
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